Para pertenecer a esta importante y prestigiosa agencia los fotógrafos tenían que demostrar su valía para conseguir el ansiado puesto. En el caso de Larraín para conseguirlo debía captar la primera imagen del temido capo de la mafia siciliana, que hasta el momento había escapado de los objetivos de las cámaras de numerosos profesionales. El ideólogo de esta descabellada idea fue el mismísimo Henri Cartier-Bresson.
A pesar de la dificultad de la prueba, Larraín no se echó para atrás. Se trasladó a Sicilia y durante tres meses intentó ganarse la confianza de sus habitantes sin éxito. Hasta que un día en un bar, un lugareño le confesó el paradero del Russo: Caltanissetta.
Sin pensarlo dos veces alquiló una habitación frente a su casa y consiguió lo que quería. Sin embargo, aunque había tomado numerosas imágenes del capo, ninguna tenía el interés que el quería obtener: un retrato cercano y familiar. Esto era imposible si seguía agazapado tras la cortina de su ventana. Tenía que acercarse y conseguir que Russo posara para él.
La prueba de Bresson era compleja pero la meta de Larraín lo era todavía más. Dispuesto a continuar hasta el final, se ganó la confianza del abogado de Russo y este le introdujo en la casa. Una vez dentro su simpatía hizo el resto y no solo conquistó su objetivo sino que se ganó al famoso y temido capo.
Historias como esta demuestran lo necesario que es tener pasión por la fotografía profesional para conseguir triunfar.